sábado, 10 de mayo de 2014

Segunda Semana


Durante la segunda semana leí, medité y oré alrededor de la epístola de san Pablo a los hebreos y del primer capítulo del Evangelio según san Juan.
San Pablo invita a los hebreos conversos a pensar cómo la religión cristiana que predicaba y practicaba Pablo, conecta con la religión judía que ellos conocían. Comienza diciendo: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas… etcétera. Lanza la pregunta: ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy (Salmos 2:7); y también Yo seré para él Padre, y él será para mí Hijo (II Samuel 7:14)? Cosas que escritas en el Antiguo Testamento y que se creía aplicaban al Ungido de Dios, que sería descendiente de David. La epístola menciona luego cómo gracias a que el hijo unigénito de Dios se hizo hombre y a su sacrificio —que supera cualquier otro sacrificio— elevó a todas las personas a la condición de hijos de Dios, no engendrados, pero sí adoptados. Y termina hablando de la Fe, y de manera breve sobre las obras de a favor de otras personas.
El primer capítulo del Evangelio de san Juan siempre me pareció una maravilla. Volver a leerlo fue un complemento perfecto de lo que leí en la epístola a los hebreos. ¡Es notable el efecto que me produjo leerlo antes algo que en el NT viene después, leer unas palabras menos conocidas antes de otras que conocía mejor! Me conmovió de una manera nueva el relato sobre san Juan el Bautista, y el llamado a los primeros discípulos.
Al finalizar la semana escribí la siguiente oración:
Padre:
Te doy gracias por enseñarme que las palabras me son de poco provecho si no se unen a mi aceptación del don de la Fe.
Te doy gracias por hacer que tu Palabra se hiciese carne y viviese entre nosotros y hablase nuestro lenguaje con lo cual hizo más fácil creer en Ella.
Te doy gracias por adoptarme como hijo tuyo a través del sacrificio perfecto de Jesús, tu Unigénito, quien inicia y consuma nuestra Fe.

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