lunes, 27 de abril de 2009

Para mirar otros tiempos y culturas.

Respeto y cordura.
Si es cierto que no debemos confiar en nuestros sentidos ni en nuestro juicio respecto de lo que observamos directamente, más cautos aún debemos ser cuando nos asomamos a otros tiempos o culturas.
La ilusión óptica es un caso muy conocido en que lo que creemos ver no corresponde con la realidad según puede ser constatada por medios más objetivos que nuestro juicio. Ninguno de los otros sentidos está libre de parecidos espejismos, los ejemplos abundan.
Fe versus credulidad.
Mi madre (siempre orgullosa de su fe) solía decir que la gente hoy en día es poco creyente, pero sumamente crédula. Esta tendencia a creer lo que escuchamos y leemos, se ve incrementada cuando proviene de:
a. un medio masivo de comunicación,
b. alguna autoridad reconocida,
c. alguien a quien tenemos aprecio.
Hipermetropía mental.
Una variante de esta propensión es la que he querido denominar hipermetropía mental, por analogía con cierto trastorno visual. Consiste en la dificultad para pensar desde lo que tenemos más cerca, mientras que se privilegia de modo sistemático a referentes que ajenos, pero a los cuales se atribuye autoridad.
Miopía mental.
Existe también el problema contrario. La miopía mental, que sería la incapacidad para penetrar intelectualmente más allá del entorno cercano.
Sordera tonal mental.
Conviene tener presente que las diferencias culturales no implican necesariamente lejanía espacial. Muy cerca de nosotros en el sentido físico, hay una diversidad grande, en la cual no solemos reparar. Por analogía, asocio la indisposición a percibir las diferencias con un conocido disturbio auditivo y le doy el nombre de sordera tonal mental. La comparación es pertinente, porque el problema auditivo al que me refiero, más que un defecto físico del oído es producto de una carencia educativa que padece la persona no aprendió, desde temprana edad, a distinguir las características de los sonidos.
Conciencia de contexto.
No hay que juzgar costumbres, pensamientos y culturas como si perteneciesen a nuestro tiempo y entorno, sino situarse en el contexto adecuado. No es esa tan sólo una norma de la Historia como ciencia, sino una condición indispensable para poder apreciar la manera en la que las corrientes de pensamiento hoy superadas han desbrozado parte del camino de la humanidad hacia la posición en la que hoy se encuentra. Se puede así encontrar apoyo en ellas, sin abandonar una postura desde la cual se pueda expresar aprobación o disensión donde sea apropiado.

También en esa forma vamos a entender mejor cómo y contra cuáles fuerzas tuvieron que contender quienes nos han precedido en la lucha, en qué casos y por qué se alcanzó el éxito o se perdió la batalla; de qué manera el poder político y social lograron neutralizar los esfuerzos de cambio y utilizar la energía revolucionaria para su propia reconstrucción; cómo sucedió, en fin, que los revolucionarios se hayan convertido en opresores. Comprenderemos mejor cuáles son actualmente los poderes y circunstancias que se oponen a los ideales a los que aspiramos, su origen, el modo en el que operan y cómo sería posible vencerles. El juicio crítico, habrá de indicarnos cuándo está justificado pensar que existe conexión entre teorías o prácticas pasadas y contemporáneas y cuándo no lo está, cuáles de sus ideas centrales (hasta dónde las conocemos actualmente) son de interés vital para nosotros y cuáles no.

domingo, 26 de abril de 2009

Veritas Ipsa (La Verdad Misma)

Quiero comenzar el tema de la educación en la Nueva España con un relato chusco, que pone de manifiesto prejuicios tan comunes como ridículos, en relación con nuestro pasado colonial.

En una reunión, un mexicano poco cortés y menos acertado, se refiere con desdén, dirigiendo la palabra a una española, a las atrocidades que vinieron a hacer los antepasados de usted en estas tierras.

La española, sin perder la compostura, le responde: —¡Habrán sido sus antepasados, porque es obvio que los míos se quedaron en España!

No olvidemos, pues, al juzgar la conquista, la colonización y el período virreinal:
<> Los hechos objetivos (hasta donde el conocimiento histórico lo permita);
<> El contexto social, cultural e histórico en el cual ocurrieron;
<> Que la responsabilidad moral y material de una acción corresponde a quien la realiza y no se hereda a sus descendientes;
<> Que la mayor parte de los mexicanos somos de ascendencia mestiza.

Si se piensa en lo comunes y arraigados que son los los juicios arbitrarios que ignoran el tiempo, forma y circunstancias en las que sucedieron las cosas y utilizan una versión sesgada de la historia para sustentar odio y segregación, tal vez no se debería esperar que las cuatro recomendaciones que formulo tengan algún impacto.

Por ejemplo, me tocó, cuando era niño, escuchar, como argumento antisemita, el de que los judíos mataron a Nuestro Señor. Ni aun a mi corta edad encontré lógica en ese alegato, pero supongo que el que lo expresara algún adulto era ya indicativo de lo irracional que somos los Homo sapiens sapiens ¡Vaya petulancia esa de pensarnos doblemente sabios!

¿A qué vinieron los extranjeros?

H nach-i dzul significa fuereño (literalmente: de lejos vino) en la lengua maya de la época colonial.(1) No sé si la versión original del Chilam Balam de Chumayel utiliza precisamente esa expresión para nombrar a los extranjeros, cuando dice que vinieron acá a castrar el sol,(2) pero sí sé que el leerlo en la versión en castellano, causó en mí un impacto que no he podido olvidar. ¿Te sucedió lo mismo?

La bula Veritas ipsa (también llamada Sublimis Deus) que, con toda claridad y plena oportunidad, emitió el papa Pablo III en 1537, exige otra cosa: que conforme al mandato del Salvador, quien es la Verdad misma, que no puede engañarse ni engañarnos, viniesen a enseñar a todas las personas.(3)

Ya décadas antes algunos admirables europeos venían haciendo exactamente eso. Y lo siguieron haciendo en ciudades, pueblos y caseríos, en patios, atrios, escuelas y conventos. Contra fuerzas y ambiciones sin límite. Con absoluta buena fe.

La población indígena de las islas de las Indias Occidentales había sido casi exterminada en las dos décadas que siguieron al primer viaje de Colón. Preocupaba a algunos cristianos el deseo de evitar que algo semejante se repitiera al invadir el continente.

Así, cada imparable oleada de malechores y buscafortunas solía ser seguida por algunos bien intencionados frailes que acudían al rescate de los cuerpos y de las almas de los infortunados naturales. A ellos se fueron sumando sus discípulos de acá: indígenas, mestizos, criollos, negros.

Vinieron también numerosos seglares honrados, industriosos, resueltos, bondadosos. Y aunque la corrupción de los funcionarios no era cosa rara, muchos de ellos fueron probos, como también fue justo y bueno el gobierno de la mayor parte de los 62 virreyes que la Nueva España tuvo entre 1535 y 1821.(4)

Y es que los seres humanos no son de un sólo color espiritual, ni de dos, ni de tres. Una de las grandes riquezas humanas de todos los tiempos consiste en nuestra inmensa variedad.

El ir y venir entre Europa, América, Asia y África siguió y siguió durante más de 300 años, siempre acompañado de la labor educacional. Así que mucho es lo que cada uno de nosotros debería de conocer acerca de ello.

Pero sucede que la evangelización y la educación en el período virreinal, han sido tan estudiadas y discutidas y tienen tantas facetas, que es casi imposible rendir una visión sintética de su historia. En cambio es fácil repetir lo muy sabido, cometer errores graves por carecer del conocimiento profesional necesario y dejarse llevar por posiciones afectivas o ideológicas.

No obstante, no he querido que todos esos escollos me obliguen a eludir tan importantes antecedentes de la tarea educacional en México.

Evangelización, educación, enseñanza, escuelas, colegios.

Hay que tener presente que el contexto sociocultural fue variando a lo largo de los 300 años de virreinato, que se extienden prácticamente desde finales de la Edad Media hasta principios de la Contemporánea. La forma de interpretar los hechos tiene que ir variando en consecuencia.

Por ejemplo, el concepto de colegio conservaba en el siglo XVI mucho del significado que tuvo en la Edad Media: una congregación, más que una institución educativa. Aun en el caso particular de que el colegio tuviese entre sus finalidades el cultivar y difundir conocimientos y contara entre sus miembros con maestros y discípulos, en realidad se trataba de una congregación de estudiantes, o dicho de otra forma, de estudiosos, en la que nuestros conceptos de plan de estudios, aulas, materias y clases carecerían de sentido.

Algo parecido pasa con respecto al concepto de escuela. Ciertamente la estructura contemporánea en grados y niveles con sus respectivos profesores es una adquisición bastante reciente.

Además, la educación en general y la enseñanza en particular nunca han estado confinadas al medio escolar. En épocas pretéritas, menos aún que hoy en día.

En las escuelas virreinales, casi siempre cercanas a las iglesias o dentro de ellas, se tenía como cosa natural el procurar el aprendizaje de la lectoescritura, las artes y los oficios al tiempo que se enseñaba la doctrina cristiana a menores y adultos, con organización y métodos muy diferentes a los de nuestras escuelas públicas, privadas o parroquiales.

Cosa similar sucedió también con las universidades: fueron evolucionando, desde el tipo medieval centrado en relaciones colegiadas entre estudiantes y maestros y una estructura curricular relativamente laxa, que sin embargo no excluía las lecturas ni las lecciones, a la organización más sistemática que se gestó a partir del siglo XVIII y culminó en el XX y que ahora estamos pensando cómo reformar. De ahí que insista yo en rebatir la idea de que la reforma de la educación es lo de hoy, como si el cambio no hubiese estado ocurriendo de manera constante conforme cambiaba también el contexto social y cultural, las metas que se deseaba alcanzar, así como la manera de crear y de impartir el conocimiento.

Los pioneros.

Poco después de la destrucción de la gran Tenochtitlan llegaron a México fray Juan de Tecto y fray Pedro de Gante. Fray Juan de Ayora, quien vino con ellos, fundó en Texcoco la primera escuela del altiplano mexicano.

El el oidor don Vasco de Quiroga, que habría de llegar a ser obispo de Michoacán, llegó muy poco después de los tres pioneros. Es idea de él la organización de pueblos de indios, en ellos facilitó que los naturales adoptaran una organización civil pacífica y cristiana en la que convivían, aprendían, practicaban las artes y los oficios, encontraban alivio a sus enfermedades y aflicciones y se libraban de la esclavitud a la que pretendían someterlos los españoles. Uno de los primeros de estos pueblos fue el de Santa Fe, situado a unos diez kilómetros (dos leguas) de la ciudad de México. Silvio Zavala ha hecho parangón entre la Utopía de Tomás Moro y los pueblos de indios de Vasco de Quiroga y ha documentado numerosas referencias por parte de éste a la obra de aquél. Pero mientras que la Utopía fue tan solo un sueño, la obra de don Vasco se hizo realidad en muchos casos, duraderos y admirables.

Franciscano como Tecto y Gante, por orden del general de la orden, vino en 1524 fray Martín de Valencia con once más que él mismo eligió para que le acompañaran en su misión. Entre estos doce llegó Motolinia (fray Toribio de Benavente). Así, poco a poco, comenzó a formarse el torrente de hermanos menores que inció la tarea de evangelización y enseñanza en la Nueva España. Con variantes, sucedió algo parecido en cada lugar al que llegaba el impulso de conquista y colonización de los españoles en América.

El papa da vuelta a la tortilla.

Es digno de mención que en tiempos en los que prelados y potentados se llenaban la boca tachando a los indígenas de engendros de satán, el papa Paulo III (en la bula que mencioné antes) escribiera exactamente lo contrario: que «el enemigo del género humano... inventó un método... para impedir que la Palabra de Dios fuera predicada... y excitó a algunos de sus satélites, que deseando saciar su codicia, se atreven a afirmar que los indios... —con el pretexto de que ignoran la fe católica— deben ser dirigidos... como si fueran animales y los reducen a servidumbre urgiéndolos con tantas aflicciones como las que usan con las bestias». Y sentenció: «...determinamos y declaramos... que... todas las gentes que en el futuro llegaren al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades, que no deben ser reducidas a servidumbre y que todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor».3

¡Qué pena que en el año 1537 Paulo no tuviese la fuerza moral ni coercitiva necesarias para hacer cumplir esa determinación ni siquiera entre los católicos y menos aún entre muchos de los otros cristianos, libres ya del mando de Roma!

Los Jesuitas.

El mismo papa, a 3 años de la publicación de aquella bula, aprobó la constitución de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, fundada por el español Ignacio de Loyola. A los votos de pobreza, castidad y obediencia a los que se comprometían las demás órdenes religiosas, la Compañía agregaba la sumisión exclusiva y absoluta al papa. Esa norma despertó el recelo de monarcas y prelados por igual, pero dotó al pontífice de un instrumento selecto y poderoso y colocó a la Compañía en una posición privilegiada dentro de la Iglesia.

Medio siglo después de los primeros educadores franciscanos, llegaron a América los primeros jesuitas. El vínculo de los compañeros de Ignacio con la educación había comenzado muy tempranamente, tal vez desde 1537, pero el propósito de participar en la labor educacional no figuró en los primeros documentos de la Compañía.

Se señala el año de 1545 como el inicio de su interés por sistematizar la enseñanza secundaria. Adoptaron la pedagogía de la universidad de París, en la que varios de los miembros fundadores habían estudiado y en donde habían conocido a Ignacio. Los años posteriores a 1550 son testigos de la rápida expansión de los colegios jesuitas por Europa y América, después de lo cual sigue un esfuerzo para reglamentar el gobierno, los planes de estudio y la pedagogía en todos ellos.5

A partir de esos años y hasta la expulsión, acaecida en 1767, la Compañía de Jesús desempeñó un papel de primer orden en la tarea educacional en la Nueva España y en todos los otros virreinatos americanos.

No son pocos los nombres de jesuitas que destacaron en todas las ramas del saber de su tiempo en la América española, desde el siglo XVI hasta el XVIII, empapados todos ellos en el conocimiento de la historia, la cultura y la sociedad de estas tierras.

Pero los que alcanzaron mayor trascencencia son los que, desde el exilio dedicaron su mejor esfuerzo a combatir los errores, comunes en la Europa ilustrada, acerca de las tierras, las sociedades y la historia del continente y las islas de América.
Varios de ellos son considerados precursores de la independencia y del nacionalismo americano. Tal es el caso de Francisco Javier Clavijero, español de familia noble, quien fue catedrático de filosofía y letras y prefecto del colegio de San Ildefonso en la ciudad de México. Conoció a fondo la filosofía y la ciencia de su tiempo. Fue maestro de Miguel Hidalgo en el colegio de San Nicolás en Michoacán. Su obra Storia Antica del Messico (1780) dio a conocer aspectos muy importantes de la historia indígena y reivindicó a las culturas originarias de nuestro país a través de datos desconocidos por los europeos e inclusive por muchos americanos cultos.

A la misma generación pertenece Francisco Javier Alegre, veracruzano, quien enseñó filosofía en la Habana y se inició ahí en el estudio de las matemáticas y el inglés. Aprendió por su cuenta el latín, el griego, el hebreo y el nahuatl. Sus principales obras fueron la Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en la Nueva España, la cual tuvo que reescribir en Italia, luego de la expulsión, sin contar para ello con las fuentes ni el manuscrito original, y las Instituciones Teológicas, que contiene un interesantes consideraciones acerca del origen del poder político del monarca y de la soberanía popular.

Las educadoras.

Se sabe que la reina Isabel de Castilla mostró, desde los primeros años del descubrimiento y conquista de América, interés especial en la educación de las niñas indígenas. Se conoce los nombres de Elena Medrano, Juana Gra y Catalina Flores y otras terciarias franciscanas que vinieron a América en el siglo XVI. También perteneció a la orden tercera Catalina Bustamante, fundadora de la primera escuela para niñas indias.

Exisiteron en varias ciudades de la Nueva España colegios para niñas peninsulares y criollas, a quienes se enseñaba a leer y escribir, y desde luego estaban los conventos, a los cuales ingresaban, desde muy temprana edad jovencitas criollas, indígenas o mestizas.

Hay que decirlo, aunque parezca obvio: la labor educacional de las mujeres y para las mujeres de la Nueva España no se llevó a cabo principal, ni menos exclusivamente en escuelas y conventos, sino sobre todo en los hogares, y estuvo a cargo de educadoras que no por estar ausentes de los libros de historia son menos importantes ni fueron menos dedicadas: las propias mujeres, en cada uno de los hogares del reino. Y fueron nada menos que ellas también quienes educaron durante los primeros cruciales años de la vida a los hombres novohispanos.

María Ignacia de Azlor y Echevers, rica mujer criolla de la segunda mitad del siglo XVII, ingresó a la Compañía de María principalmente con el interés de fundar en México un colegio para niñas, al cual se conoció con el nombre de Colegio del Pilar y Enseñanza de México. El edificio, muy hermoso, por cierto, todavía está en pie, en la calle de Donceles número 104. Desde luego que no fue éste el primer colegio de niñas en la Nueva España, pero sí un valioso aporte a la educación femenina, en pleno Siglo de las Luces y el inicio de un esfuerzo sistemático en esa dirección. La Compañía de María fundó escuelas también en otras ciudades del virreinato.

La Universidad.

Aunque toca a la Universidad de Santo Tomás de Aquino en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán en la isla La Española (28 de octubre de 1538) ser la primera de América y a la Universidad de San Marcos en la ciudad de Lima, Perú (12 de mayo de 1551) la primera del continente. La Real y Pontificia Universidad de México fue fundada muy poco después (21 de septiembre de 1551).

La Universidad fue nido y sede del saber y de la vida estudiantil y académica durante los años del virreinato, pero no fue la primera ni la única. Antes de ella existieron en la Nueva España importantes centros de estudio, varios de los cuales fueron semilleros de clérigos sólidamente preparados y más tarde, transformados, cedieron la estafeta a instituciones civiles y universitarias que con razón se sienten descendientes de aquellos.

Al abanico de instituciones más o menos evolucionadas que encontró cuando llegó al reemplazo de los Hapsburgo, la monarquía borbónica del siglo XVIII se encargó de añadir nuevos establecimientos educativos, como la Real Academia de San Carlos (1783) para el cultivo de las artes y el Real Seminario de Minería (1792) para el impulso de la técnica y la ciencia aplicada.

El estudio del surgimiento y evolución de las instituciones de educación superior e investigación es en sí un tema que requeriría un estudio aparte y que presenta sus propias complicaciones. Por ello, no intento profundizar más en ello.
____________________________
1. Álvarez, Cristina. Diccionario Etnolingüístico del Idioma Maya Yucateco Colonial. 1997. UNAM. México. p. 429.
2. Mediz Bolio, Antonio. Libro del Chilam Balam de Chumayel: traducción del maya al castellano. Segunda Edición. 1998. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México. p. 59.
3. http://usuarios.advance.com.ar/pfernando/DocsIglLA/Paulo3_sublimis.htm (Consultado el 23 de abril de 2009).
4. http://es.wikipedia.org/wiki/Virrey_de_la_Nueva_España (Consultado el 26 de abril de 2009).
5. No se cometa el error de dar igual significado a las palabras colegio y escuela. Colegio en su sentido amplio significa un conjunto de personas que trabajan unidas para un mismo fin. Escuela ha significado más bien un centro de enseñanza. Ambos conceptos han ido evolucionando a través de los siglos.

martes, 21 de abril de 2009

In īxtli in yōllohtli.

Poco sabemos de la educación en mesoamérica.

Mal haría en no ocuparme un poco de la educación prehispánica en mesoamérica.
No creo que sea posible saber qué tanto trascendió el pensamiento educacional prehispánico en la cultura novohispana primero y mexicana después. No hay duda de que desconocemos mucho de ese pensamiento y de las prácticas que derivaron de él. Nunca podremos estar seguros de poseer siquiera un atisbo al respecto.

Textos preparados muy pronto luego de la conquista, contienen información acerca de las instituciones educacionales del Anáhuac. Los huēhuehtlahtōlli o palabras de los ancianos, algunas de las cuales fueron recogidas por escrito y se conservaron para la posteridad, contienen enseñanzas de indudable valor que dan una idea de lo que debió ser la labor educativa de las madres, los padres, abuelas y abuelos, maestras y maestros antes de la llegada de los europeos al continente. Parece ser que los datos sobre la educación en otros pueblos mesoamericanos son, en cambio, casi inexistentes, aunque cabe pensar que no existió diferencia fundamental. Debo confesar una enorme ignorancia de mi parte acerca del tema, a tal punto que si quisiera abordarlo me encontraría destinado a repetir lo que pudiese encontrar en autores como el siempre disfrutable y bien informado Miguel León Portilla o a una cosa que no desearía hacer: repetir a quienes han recogido información que habrá sido transcrita no sé cuántas veces ya. Un camino alternativo es el de arriesgarme por parajes que ignoro pero en los que pueda encontrar algo no tan manido, para ofrecer a quien esto lea. Es el que trataré de seguir.

Aparte del ánimo (común a todo proceso educativo) de perpetuar ciertos valores culturales (en este caso los propios de aquellas sociedades, sustentadas en la agricultura, la artesanía y el comercio; gobernadas por una nobleza sacerdotal, y poseedoras, en general, de un importante cuerpo militar) la educación los pueblos mesoamericanos buscó (es lógico pensar que así fuera, pero además hay prueba de ello) el formar a las personas en la vida comunitaria y en el concepto de la humanidad como parte de la naturaleza, que constituían, por así decirlo, su esencia moral.

Según sabemos, era una educación basada en el respeto absoluto hacia la persona del maestro, quien asumía la responsabilidad de infundir en los educandos los conocimientos, las maneras de pensar y de proceder, al tiempo que les guiaba en la adquisición de un conjunto de destrezas. Mujeres y hombres asistían a planteles separados. La educación pública daba atención diferente a la nobleza que al pueblo en general. Se sabe también que la asistencia a la escuela empezaba un tanto tardíamente, si se la compara con los tiempos presentes: aproximadamente a los 15 años de edad.

La persona como rostro y corazón.

Una idea cuya noticia ha llegado hasta nosotros es el concepto de la persona humana como rostro y corazón.
La expresión in īxtli in yōllohtli ―literalmente rostro y corazón― significa la comprensión, el entendimiento. Tiene muy probablemente raíces muy antiguas, que de seguro penetran y se extienden por todo mesoamérica. La educación entre los nahuas estaba estrechamente vinculada a este concepto. A partir de ella encamino el resto de este escrito.

Excursión por la filología.

Sé que la filología poco prueba, pero me pareció que una manera de mirar al interior de la civilización mesoamericana, podía ser a través del conocimiento que del idioma nahuatl nos han dejado los escritos que tenemos de aquel tiempo. Permítanme, sin ser un experto y aprovechando el magnífico recurso de la Internet,1 hacer lo que me gustaría denominar una excursión de diccionario. Ojalá la disfruten conmigo.

Sabiduría y enseñanza.

Palabras del nahuatl clásico, tales como īxtlamachiliztli (sabiduría, razón, prudencia), īxtlamachtia (enseñar, elevar), īxtlamachtlillani (tener deseos de aprender), īxtlamati (prudente, sabio(a)), que relacionan īxtli (rostro, ojo) con machia (ser conocido, descubierto, o bien, reflexionar, ser cauto), machiliztli (conocimiento), machtia (que en su forma transitiva significa instruir a alguien, y en su forma reflexiva, aprender, instruirse), machtilli (alumno, estudiante) y con mati (conocer, pensar) ofrecen un indicio de implicaciones profundas de la palabra īxtli, bastante más allá de su sentido material.

Rectitud.

Por otra parte (y muy en relación con la educación) están palabras como melactic, (derecho, recto) melāhuac (derecho, recto, justo) melāhua, tlamelāhua (enderezar, explicar, interpretar), melāhuacāyōtl (rectitud, derechura), melāhualiztli (vida de rectitud, probidad, honestidad), que yuxtapuestas con yōllohtli, nos dan melāhuacāyōlloh (que tiene un corazón justo, honrado) y yōlmelāhualiztli (purificar o enderezar los corazones). Al conocerlas, se siente más confianza en suponer que los antiguos mexicanos incluían en el concepto de yōllohtli una mayor extensión incluso que la que concedemos a la palabra corazón.

Razón, prudencia, madurez, sentimiento.

Plenas de relación con el conocimiento están yōlloh (que tiene buena memoria, ingenio, inteligencia, capacidad), yōllohhuia (inventar), yōllohcāyōtl (habilidad, ingenio). Y con relación al temperamento, el carácter y la personalidad: yōlloa (ser discreto, prudente, sabio, guiarse por la razón), yōllohchicāhuac (animoso, valiente), yōllohchipāhuac (que tiene el corazón puro), yōllohco (de edad madura), yōllohmatiliztli (prudencia, atención, habilidad), yōllohpiltic (generoso, de temperamento noble) y muchas más.

Y también en el sentido negativo: ahtle īyōlloh quimati (no es inteligente), yōllohazcacoalōc (desalmado, que no tiene sentimientos, y -¡qué interesante!- que canta sin sentimiento), yōllohchico (demente), yōllohchicotic (que tiene el espíritu perturbado), yōllohcococ (cruel, se dice del criminal, de quien causa daño), yōllohcocoleh (colérico, iracundo, violento), yōllohnecuil (malo, vicioso), yōllohquimilli (atolondrado, palurdo, tosco, zafio; literalmente: que tiene el corazón envuelto, tapado).

Del sabio al sofista.

De modo parecido podemos examinar el concepto del sabio, del maestro: tlamatini, tlamatinime en plural, quien ¡atención! no solamente es la persona sabia e instruida, sino también hábil, capaz y ¡embaucadora!... ¡Del sabio al sofista en una sola palabra!.

Compartir el conocimiento.

La acción de conocer se expresaba con la palabra tlamatiliztli, que el padre Garibay interpretó también como enseñanza o doctrina, conceptos que también expresaba la palabra tlamatiniyōtl.

No estoy seguro de que sea así (recuérdese mati ―conocer, pensar― que mencioné antes), pero encuentro que estos últimos tres conceptos pueden tener relación con la palabra tlamati (que significa ser prudente, tranquilo, calmado, pero también seducir, embaucar ¿notable, no?) y con tlamātilia (con la ā larga) que significa unir a las personas y tlamatilia (con a breve) que quiere decir poner el conocimiento de uno a la disposición de alguien más).

No solamente los maestros tenían la misión de educar, también los padres, los abuelos, todas las personas mayores: in īyōllohco oquichtin in īyōllohco cihuah.2

El ser externo y el ser interior.

Luego de este (para mí) fascinante paseo léxico, me queda mucho más claro que īxtli implique la fisonomía, no solamente física, sino moral de la persona, algo que se adquiere o se perfecciona por medio de la educación, y que yōllohtli sea el la actividad interior, que agita no nada más la sangre, sino todo nuestro ser, energía que la educación ayuda a encauzar y a domeñar.3

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1 http://sites.estvideo.net/malinal/nahuatl.page.html
(consultado el 21 de abril de 2009)
2 Los hombres maduros, las mujeres maduras.
3 http://www.cialc.unam.mx/pensamientoycultura/biblioteca%20virtual/diccionario/in_ixtli_in_yollotl.htm
(consultado el 20ab09)