domingo, 26 de abril de 2009

Veritas Ipsa (La Verdad Misma)

Quiero comenzar el tema de la educación en la Nueva España con un relato chusco, que pone de manifiesto prejuicios tan comunes como ridículos, en relación con nuestro pasado colonial.

En una reunión, un mexicano poco cortés y menos acertado, se refiere con desdén, dirigiendo la palabra a una española, a las atrocidades que vinieron a hacer los antepasados de usted en estas tierras.

La española, sin perder la compostura, le responde: —¡Habrán sido sus antepasados, porque es obvio que los míos se quedaron en España!

No olvidemos, pues, al juzgar la conquista, la colonización y el período virreinal:
<> Los hechos objetivos (hasta donde el conocimiento histórico lo permita);
<> El contexto social, cultural e histórico en el cual ocurrieron;
<> Que la responsabilidad moral y material de una acción corresponde a quien la realiza y no se hereda a sus descendientes;
<> Que la mayor parte de los mexicanos somos de ascendencia mestiza.

Si se piensa en lo comunes y arraigados que son los los juicios arbitrarios que ignoran el tiempo, forma y circunstancias en las que sucedieron las cosas y utilizan una versión sesgada de la historia para sustentar odio y segregación, tal vez no se debería esperar que las cuatro recomendaciones que formulo tengan algún impacto.

Por ejemplo, me tocó, cuando era niño, escuchar, como argumento antisemita, el de que los judíos mataron a Nuestro Señor. Ni aun a mi corta edad encontré lógica en ese alegato, pero supongo que el que lo expresara algún adulto era ya indicativo de lo irracional que somos los Homo sapiens sapiens ¡Vaya petulancia esa de pensarnos doblemente sabios!

¿A qué vinieron los extranjeros?

H nach-i dzul significa fuereño (literalmente: de lejos vino) en la lengua maya de la época colonial.(1) No sé si la versión original del Chilam Balam de Chumayel utiliza precisamente esa expresión para nombrar a los extranjeros, cuando dice que vinieron acá a castrar el sol,(2) pero sí sé que el leerlo en la versión en castellano, causó en mí un impacto que no he podido olvidar. ¿Te sucedió lo mismo?

La bula Veritas ipsa (también llamada Sublimis Deus) que, con toda claridad y plena oportunidad, emitió el papa Pablo III en 1537, exige otra cosa: que conforme al mandato del Salvador, quien es la Verdad misma, que no puede engañarse ni engañarnos, viniesen a enseñar a todas las personas.(3)

Ya décadas antes algunos admirables europeos venían haciendo exactamente eso. Y lo siguieron haciendo en ciudades, pueblos y caseríos, en patios, atrios, escuelas y conventos. Contra fuerzas y ambiciones sin límite. Con absoluta buena fe.

La población indígena de las islas de las Indias Occidentales había sido casi exterminada en las dos décadas que siguieron al primer viaje de Colón. Preocupaba a algunos cristianos el deseo de evitar que algo semejante se repitiera al invadir el continente.

Así, cada imparable oleada de malechores y buscafortunas solía ser seguida por algunos bien intencionados frailes que acudían al rescate de los cuerpos y de las almas de los infortunados naturales. A ellos se fueron sumando sus discípulos de acá: indígenas, mestizos, criollos, negros.

Vinieron también numerosos seglares honrados, industriosos, resueltos, bondadosos. Y aunque la corrupción de los funcionarios no era cosa rara, muchos de ellos fueron probos, como también fue justo y bueno el gobierno de la mayor parte de los 62 virreyes que la Nueva España tuvo entre 1535 y 1821.(4)

Y es que los seres humanos no son de un sólo color espiritual, ni de dos, ni de tres. Una de las grandes riquezas humanas de todos los tiempos consiste en nuestra inmensa variedad.

El ir y venir entre Europa, América, Asia y África siguió y siguió durante más de 300 años, siempre acompañado de la labor educacional. Así que mucho es lo que cada uno de nosotros debería de conocer acerca de ello.

Pero sucede que la evangelización y la educación en el período virreinal, han sido tan estudiadas y discutidas y tienen tantas facetas, que es casi imposible rendir una visión sintética de su historia. En cambio es fácil repetir lo muy sabido, cometer errores graves por carecer del conocimiento profesional necesario y dejarse llevar por posiciones afectivas o ideológicas.

No obstante, no he querido que todos esos escollos me obliguen a eludir tan importantes antecedentes de la tarea educacional en México.

Evangelización, educación, enseñanza, escuelas, colegios.

Hay que tener presente que el contexto sociocultural fue variando a lo largo de los 300 años de virreinato, que se extienden prácticamente desde finales de la Edad Media hasta principios de la Contemporánea. La forma de interpretar los hechos tiene que ir variando en consecuencia.

Por ejemplo, el concepto de colegio conservaba en el siglo XVI mucho del significado que tuvo en la Edad Media: una congregación, más que una institución educativa. Aun en el caso particular de que el colegio tuviese entre sus finalidades el cultivar y difundir conocimientos y contara entre sus miembros con maestros y discípulos, en realidad se trataba de una congregación de estudiantes, o dicho de otra forma, de estudiosos, en la que nuestros conceptos de plan de estudios, aulas, materias y clases carecerían de sentido.

Algo parecido pasa con respecto al concepto de escuela. Ciertamente la estructura contemporánea en grados y niveles con sus respectivos profesores es una adquisición bastante reciente.

Además, la educación en general y la enseñanza en particular nunca han estado confinadas al medio escolar. En épocas pretéritas, menos aún que hoy en día.

En las escuelas virreinales, casi siempre cercanas a las iglesias o dentro de ellas, se tenía como cosa natural el procurar el aprendizaje de la lectoescritura, las artes y los oficios al tiempo que se enseñaba la doctrina cristiana a menores y adultos, con organización y métodos muy diferentes a los de nuestras escuelas públicas, privadas o parroquiales.

Cosa similar sucedió también con las universidades: fueron evolucionando, desde el tipo medieval centrado en relaciones colegiadas entre estudiantes y maestros y una estructura curricular relativamente laxa, que sin embargo no excluía las lecturas ni las lecciones, a la organización más sistemática que se gestó a partir del siglo XVIII y culminó en el XX y que ahora estamos pensando cómo reformar. De ahí que insista yo en rebatir la idea de que la reforma de la educación es lo de hoy, como si el cambio no hubiese estado ocurriendo de manera constante conforme cambiaba también el contexto social y cultural, las metas que se deseaba alcanzar, así como la manera de crear y de impartir el conocimiento.

Los pioneros.

Poco después de la destrucción de la gran Tenochtitlan llegaron a México fray Juan de Tecto y fray Pedro de Gante. Fray Juan de Ayora, quien vino con ellos, fundó en Texcoco la primera escuela del altiplano mexicano.

El el oidor don Vasco de Quiroga, que habría de llegar a ser obispo de Michoacán, llegó muy poco después de los tres pioneros. Es idea de él la organización de pueblos de indios, en ellos facilitó que los naturales adoptaran una organización civil pacífica y cristiana en la que convivían, aprendían, practicaban las artes y los oficios, encontraban alivio a sus enfermedades y aflicciones y se libraban de la esclavitud a la que pretendían someterlos los españoles. Uno de los primeros de estos pueblos fue el de Santa Fe, situado a unos diez kilómetros (dos leguas) de la ciudad de México. Silvio Zavala ha hecho parangón entre la Utopía de Tomás Moro y los pueblos de indios de Vasco de Quiroga y ha documentado numerosas referencias por parte de éste a la obra de aquél. Pero mientras que la Utopía fue tan solo un sueño, la obra de don Vasco se hizo realidad en muchos casos, duraderos y admirables.

Franciscano como Tecto y Gante, por orden del general de la orden, vino en 1524 fray Martín de Valencia con once más que él mismo eligió para que le acompañaran en su misión. Entre estos doce llegó Motolinia (fray Toribio de Benavente). Así, poco a poco, comenzó a formarse el torrente de hermanos menores que inció la tarea de evangelización y enseñanza en la Nueva España. Con variantes, sucedió algo parecido en cada lugar al que llegaba el impulso de conquista y colonización de los españoles en América.

El papa da vuelta a la tortilla.

Es digno de mención que en tiempos en los que prelados y potentados se llenaban la boca tachando a los indígenas de engendros de satán, el papa Paulo III (en la bula que mencioné antes) escribiera exactamente lo contrario: que «el enemigo del género humano... inventó un método... para impedir que la Palabra de Dios fuera predicada... y excitó a algunos de sus satélites, que deseando saciar su codicia, se atreven a afirmar que los indios... —con el pretexto de que ignoran la fe católica— deben ser dirigidos... como si fueran animales y los reducen a servidumbre urgiéndolos con tantas aflicciones como las que usan con las bestias». Y sentenció: «...determinamos y declaramos... que... todas las gentes que en el futuro llegaren al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades, que no deben ser reducidas a servidumbre y que todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor».3

¡Qué pena que en el año 1537 Paulo no tuviese la fuerza moral ni coercitiva necesarias para hacer cumplir esa determinación ni siquiera entre los católicos y menos aún entre muchos de los otros cristianos, libres ya del mando de Roma!

Los Jesuitas.

El mismo papa, a 3 años de la publicación de aquella bula, aprobó la constitución de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, fundada por el español Ignacio de Loyola. A los votos de pobreza, castidad y obediencia a los que se comprometían las demás órdenes religiosas, la Compañía agregaba la sumisión exclusiva y absoluta al papa. Esa norma despertó el recelo de monarcas y prelados por igual, pero dotó al pontífice de un instrumento selecto y poderoso y colocó a la Compañía en una posición privilegiada dentro de la Iglesia.

Medio siglo después de los primeros educadores franciscanos, llegaron a América los primeros jesuitas. El vínculo de los compañeros de Ignacio con la educación había comenzado muy tempranamente, tal vez desde 1537, pero el propósito de participar en la labor educacional no figuró en los primeros documentos de la Compañía.

Se señala el año de 1545 como el inicio de su interés por sistematizar la enseñanza secundaria. Adoptaron la pedagogía de la universidad de París, en la que varios de los miembros fundadores habían estudiado y en donde habían conocido a Ignacio. Los años posteriores a 1550 son testigos de la rápida expansión de los colegios jesuitas por Europa y América, después de lo cual sigue un esfuerzo para reglamentar el gobierno, los planes de estudio y la pedagogía en todos ellos.5

A partir de esos años y hasta la expulsión, acaecida en 1767, la Compañía de Jesús desempeñó un papel de primer orden en la tarea educacional en la Nueva España y en todos los otros virreinatos americanos.

No son pocos los nombres de jesuitas que destacaron en todas las ramas del saber de su tiempo en la América española, desde el siglo XVI hasta el XVIII, empapados todos ellos en el conocimiento de la historia, la cultura y la sociedad de estas tierras.

Pero los que alcanzaron mayor trascencencia son los que, desde el exilio dedicaron su mejor esfuerzo a combatir los errores, comunes en la Europa ilustrada, acerca de las tierras, las sociedades y la historia del continente y las islas de América.
Varios de ellos son considerados precursores de la independencia y del nacionalismo americano. Tal es el caso de Francisco Javier Clavijero, español de familia noble, quien fue catedrático de filosofía y letras y prefecto del colegio de San Ildefonso en la ciudad de México. Conoció a fondo la filosofía y la ciencia de su tiempo. Fue maestro de Miguel Hidalgo en el colegio de San Nicolás en Michoacán. Su obra Storia Antica del Messico (1780) dio a conocer aspectos muy importantes de la historia indígena y reivindicó a las culturas originarias de nuestro país a través de datos desconocidos por los europeos e inclusive por muchos americanos cultos.

A la misma generación pertenece Francisco Javier Alegre, veracruzano, quien enseñó filosofía en la Habana y se inició ahí en el estudio de las matemáticas y el inglés. Aprendió por su cuenta el latín, el griego, el hebreo y el nahuatl. Sus principales obras fueron la Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en la Nueva España, la cual tuvo que reescribir en Italia, luego de la expulsión, sin contar para ello con las fuentes ni el manuscrito original, y las Instituciones Teológicas, que contiene un interesantes consideraciones acerca del origen del poder político del monarca y de la soberanía popular.

Las educadoras.

Se sabe que la reina Isabel de Castilla mostró, desde los primeros años del descubrimiento y conquista de América, interés especial en la educación de las niñas indígenas. Se conoce los nombres de Elena Medrano, Juana Gra y Catalina Flores y otras terciarias franciscanas que vinieron a América en el siglo XVI. También perteneció a la orden tercera Catalina Bustamante, fundadora de la primera escuela para niñas indias.

Exisiteron en varias ciudades de la Nueva España colegios para niñas peninsulares y criollas, a quienes se enseñaba a leer y escribir, y desde luego estaban los conventos, a los cuales ingresaban, desde muy temprana edad jovencitas criollas, indígenas o mestizas.

Hay que decirlo, aunque parezca obvio: la labor educacional de las mujeres y para las mujeres de la Nueva España no se llevó a cabo principal, ni menos exclusivamente en escuelas y conventos, sino sobre todo en los hogares, y estuvo a cargo de educadoras que no por estar ausentes de los libros de historia son menos importantes ni fueron menos dedicadas: las propias mujeres, en cada uno de los hogares del reino. Y fueron nada menos que ellas también quienes educaron durante los primeros cruciales años de la vida a los hombres novohispanos.

María Ignacia de Azlor y Echevers, rica mujer criolla de la segunda mitad del siglo XVII, ingresó a la Compañía de María principalmente con el interés de fundar en México un colegio para niñas, al cual se conoció con el nombre de Colegio del Pilar y Enseñanza de México. El edificio, muy hermoso, por cierto, todavía está en pie, en la calle de Donceles número 104. Desde luego que no fue éste el primer colegio de niñas en la Nueva España, pero sí un valioso aporte a la educación femenina, en pleno Siglo de las Luces y el inicio de un esfuerzo sistemático en esa dirección. La Compañía de María fundó escuelas también en otras ciudades del virreinato.

La Universidad.

Aunque toca a la Universidad de Santo Tomás de Aquino en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán en la isla La Española (28 de octubre de 1538) ser la primera de América y a la Universidad de San Marcos en la ciudad de Lima, Perú (12 de mayo de 1551) la primera del continente. La Real y Pontificia Universidad de México fue fundada muy poco después (21 de septiembre de 1551).

La Universidad fue nido y sede del saber y de la vida estudiantil y académica durante los años del virreinato, pero no fue la primera ni la única. Antes de ella existieron en la Nueva España importantes centros de estudio, varios de los cuales fueron semilleros de clérigos sólidamente preparados y más tarde, transformados, cedieron la estafeta a instituciones civiles y universitarias que con razón se sienten descendientes de aquellos.

Al abanico de instituciones más o menos evolucionadas que encontró cuando llegó al reemplazo de los Hapsburgo, la monarquía borbónica del siglo XVIII se encargó de añadir nuevos establecimientos educativos, como la Real Academia de San Carlos (1783) para el cultivo de las artes y el Real Seminario de Minería (1792) para el impulso de la técnica y la ciencia aplicada.

El estudio del surgimiento y evolución de las instituciones de educación superior e investigación es en sí un tema que requeriría un estudio aparte y que presenta sus propias complicaciones. Por ello, no intento profundizar más en ello.
____________________________
1. Álvarez, Cristina. Diccionario Etnolingüístico del Idioma Maya Yucateco Colonial. 1997. UNAM. México. p. 429.
2. Mediz Bolio, Antonio. Libro del Chilam Balam de Chumayel: traducción del maya al castellano. Segunda Edición. 1998. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México. p. 59.
3. http://usuarios.advance.com.ar/pfernando/DocsIglLA/Paulo3_sublimis.htm (Consultado el 23 de abril de 2009).
4. http://es.wikipedia.org/wiki/Virrey_de_la_Nueva_España (Consultado el 26 de abril de 2009).
5. No se cometa el error de dar igual significado a las palabras colegio y escuela. Colegio en su sentido amplio significa un conjunto de personas que trabajan unidas para un mismo fin. Escuela ha significado más bien un centro de enseñanza. Ambos conceptos han ido evolucionando a través de los siglos.

1 comentario:

  1. Acerca de la anécdota con la que inicias el artículo, te comparto una que me sucedió a mí.

    Estaba con Ruth, mi ex-esposa (española, como sabes), de viaje por Zipolite y teníamos que ir a Pochutla c omprar algunas cosas, cuando en la carretera vimos a dos jóvenes universitarios (19-20 años de edad) que estaban pidiendo "ride", así que nos paramos y les ofrecimos llevarlos. Una vez en el coche, mientras platicábamos, al notar el acento de mi compañera, salió el tema de la conquista. Uno de ellos se lanzó inmediatamente con aquello de que "los españoles nos conquistaron", a lo que su amigo le respondió "¿a tí también te conquistaron, o qué?".
    Me parece interesante y sintomática, puesto que, junto con tu reflexión, concluyo: ni todos los españoles que vinieron a estas tierras tenían un afán de subyugar a los nativos, ni todos los mexicanos tenemos la misma perspectiva de haber sido dominados.
    Personalmente, pienso que, a pesar de toda la herencia, tanto positiva como negativa, que pudo haber tenido el período colonial, si después de 500 años no hemos sabido encontrar un factor de unidad y un proyecto de nación, la culpa es nuestra, no de los "conquistadores".
    ¡Saludos y abrazos, padrino! :)

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