domingo, 29 de marzo de 2009

La Educación y la Aldea Global.

La expresión Aldea Global, acuñada por Marshall McLuhan, implica que el mundo se ha reducido a la dimensión de una aldea por efecto de la comunicación electrónica. Poco imaginaba él lo que sería la Internet de nuestros días. Se trata nada más ni nada menos que de una expresión ingeniosa. Y la encuentro agradable. Se presta para pen­sar a partir de ella.

Ser habitantes de una misma aldea acerca a los seres humanos. Pero no los hace iguales. En México existe la expresión “pueblo chico, infierno grande”. A veces hay mayores motivos para subrayar las diferencias, que para apreciar las semejanzas, entre quienes viven en un pueblo pequeño que entre quienes lo hacen en una ciudad grande. ¿Qué pasa cuando el mundo entero es una aldea?

Con jactancia que se antoja exagerada, los paladines del mundo globalizado lo auto­nombran Sociedad del Conocimiento y Sociedad de la Información. ¡Qué bonito! Al parecer los avances científicos y técnicos de los siglos XVI a XIX desmerecen com­parados con los de los siglos XX y XXI, sobre todo los de este último. Me pregunto, ¿no será esto un efecto de perspectiva? Los objetos cercanos siempre parecen ser mayores que los lejanos, de cerca, además, todo parece más rico en detalles.

Sería estúpido negar que en los años recientes los avances ocurren con enorme fre­cuencia y en gran variedad. También es cierto que el cambio no es igual en todos los ámbitos del saber, de modo que no toda la impresión de progreso puede ser atribuida a una simple ilusión de óptica: por ejemplo, no percibimos lo mismo respecto a la ética, que a la física, no parece haber iguales avances en política que en electrónica.

Por otra parte, la calidad de la información no corresponde a la amplitud de su propa­gación. La difusión de determinadas noticias es extensa y vertiginosa, pero no ha existido un desarrollo parecido en la profundidad y autenticidad de las relaciones interpersonales.

Cierto que permanecer aislado en el mundo del siglo XXI no sólo no es posible; tampoco es conveniente. Pero cabe preguntarse si lo que nos vemos orillados a compartir es lo que de verdad deseamos compartir. Tan falso como que “todo tiempo pasado fue mejor” es que todo lo presente sea mejor que lo pasado. Conocer la historia no es nada más un medio para no cometer los mismos errores, también lo es para no olvidar lo valioso que existió en otros tiempos y para descubrir lo que quedó oculto y olvidado, pero que vale la pena repasar.

Algo más está fuera de duda, porque es parte de la experiencia cotidiana. La mayor parte de los egresados de las escuelas técnicas y de las carreras universitarias, descubren, con frustración, que lo que aprendieron tiene poca aplicación en la realidad cotidiana en la que tienen que trabajar. Lo que aprendieron en los libros o de sus maestros se reduce a la capacidad de comprender y en el mejor de los casos em­plear una jerga tan especializada y peculiar como intrascendente. Ignoran cómo ad­quirir las destrezas necesarias y con ellas la confianza en su capacidad para desem­peñarse en el trabajo y en la vida.

La educación afronta hoy dos retos enormes; debe contribuir a que los estudiantes:

descubran el camino hacia el desarrollo humano y
descubran el camino hacia un desempeño eficiente en el trabajo.

Esto, no obstante lo que se diga, no me parece peculiar del siglo XXI, ni de circuns­tancia alguna en la cual la persona deba competir con éxito en contextos variados y cambiantes. Son necesidades que han existido en todo tiempo y lugar, aunque no siempre ni en todas partes se las haya percibido con claridad o de modo general. Estoy convencido de que muchos educadores concientes, bien sea que conozcamos sus nombres o que nos sean desconocidos, sintieron y afrontaron esos retos y los expre­saron en esas o parecidas palabras.

En toda comunidad, con más razón si es pequeña, la comunicación cotidiana desliza inconcientemente información que comprueba prejuicios a modo de sustentar una mejor imagen de un grupo sentido como propio o una imagen menos favorable de quienes se siente como ajenos.

Por eso, en un mundo que se ha convertido en una aldea debido a la comunicación y la información, no debería sorprender que persistan y aun se fortalezcan prejuicios que dividen a la población de la aldea, entre propios y extraños, cualesquiera que sea el punto de vista. Esta es una razón para estar alerta y someter cada opinión, cada juicio de valor, cada información acerca de supuestos hechos y observaciones, cada corriente de pensamiento (los modelos educativos, en el caso que nos ocupa), a un cuidadoso proceso de escrutinio y comprobación.

3 comentarios:

  1. Hola Fernando

    Me encanta leerte porque eres un mar de sabiduria, en lo que mencionas, creo que ante esos avances tecnológicos nuestro compromiso está en función de humanizar los procesos, es decir de hacer los espacios m,ás sensibles, de ser precisamente como tú eres, con un gran entusiasmo y con unas ganas enormes de querer compartir lo mucho que sabes.

    Un saludo afectuoso

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  2. Fernando:

    Dice un dicho, de la moda, lo que te acomoda, y esto aplicado a la tecnología, pues simple y sencillamente saberla y conocerla para aplicarla cuándo y dónde sea necesaria.
    No nos vamos a poner a chatear con nuestros alumnos si están en el mismo salón donde estamos.
    Pero para poder tener cursos con gente que vive desde Sonora a Yucatán, como el famoso anuncio de los sombreros, pues todos estamos en la misma aula virtual aunque no estemos al mismo tiempo.
    Imagínate lo que duraríamos de camino para ir a ver a nuestro tutor a Chihuahua.
    Bienvenida la tecnología, pero hay que aplicarle restricciones, como bien tú lo dices.

    Moises.

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  3. Estimado Moisés:

    Un detalle chusco del que me tocó ser testigo en un cibercafé fue el darme cuenta de que dos chicos que ocupaban computadoras contiguas chateaban vivamente entre sí. Por supuesto que también lo hacían con otros más distantes. Supongo que les resultaba más práctico el enviarse mensajes instantáneos y no distraer su atención mirándose a la cara y comunicándose verbalmente (aparte de que el contenido de lo que se decían, que por supuesto no intenté conocer, pudiera no prestarse a ser compartido con otros usuarios del local). :)

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